Cuando supe que venías, que estabas viviendo dentro mío, sentí paz….entendí que eras un regalo de Dios, una señal, tu papá y yo estábamos pasando por un momento difícil en nuestra relación y justo cuando me había decidido terminar con todo, apareciste en escena, dije que eras una señal para seguir.

Fueron pocas las personas que se alegraron con la noticia, tu venida inspiraba mas llanto que risas. Mi amor no sé por qué, hasta ahora no lo entiendo; muchos hijos ya, mi salud, lo económico, todo parecía conjugarse para hacer de tu venida algo no muy esperado. Un hijo no deseado…..que triste…que triste mi amor, si pudiera volver atrás  y recibirte con alegría, contagiando a todos….hacerles entender que eras una bendición, que ibas a estar bien.
Debo reconocer, para mi consuelo, que ninguno de tus hermanos fue planeado, pero apenas llegaron, llenaron de alegría y sentido nuestras vidas y estaba segura que ibas a ser lo mismo.
Pero Dios en su infinita sabiduría nos dio una lección a todos, una lección de amor a la vida, de respeto a la vida por encima de todo; del desarrollo personal, material, emocional. Lo mas importante es la vida, amarla y valorarla desde el inicio.
Tuve que perderte mi cielo para entender todo, no pude alzarte, no pude amamantarte, solo puede contemplarte impotente esos días en que peleabas por la vida en una sala de terapia intensiva, lleno de heridas de tantos aparatos, tantas agujas, tan pequeño, tan débil. Quería sacarte los cables alzarte, besarte, tenerte en mis brazos como lo soñé mientras te esperaba, pero solo pude hacerlo cuando tu alma ya no estaba, cargué tu cuerpo inerte y no fue lo mismo, ya no estabas, estaba solo tu cuerpito, lleno de heridas, pero sereno y calmo como un ángel que terminó su misión.
Cuando supe que no tenías posibilidades de vivir una tristeza inmensa me invadió, sentí el dolor más grande que jamás había sentido. Estabas creciendo dentro mío y de repente la noticia desgarradora y cuando pensé que mi vida ya no tenía sentido, me aferré a Dios y le entregué mi sufrimiento y tu vida. Hice un pacto con él; que sería su voluntad y que confiaba en su infinita misericordia y te esperé en paz, con amor y esperanza. Dios todo lo puede, dije.
Pero tu destino ya estaba escrito, viniste de paso como el nombre que te escogía cuando tenías tres meses en mi vientre Mainumby y a pesar de que tenía en el fondo de mi alma el presentimiento claro sobre el final de esta historia, no perdí la esperanza de tenerte y amarte ni un solo día. Gracias por siete meses y cuatro días de lecciones inolvidables de amor.

Evelia Meza, mamá de Samuel Mainumby